miércoles, 25 de febrero de 2015

Amor Bajo El Espino Blanco de Zhang Yimou

                                  






Lo primero que recaba a atención de los connaisseurs a ultranza, del cineasta Zhang Yimou, es la carencia en esta cinta de su habitual paleta cromática. El autor ha optado por un estilo donde reina la grisura, los colores apagados, a tono con el entorno opresivo de la dictadura infamante de Mao Zedong. Amor Bajo el Espino Blanco es una película de apariencia liviana, pero inmensa en su humildad, donde encontramos estilemas del autor, como su obsesión por mostrar retazos humanos de la historia y cultura de su país. El argumento se desarrolla durante la tiránica Revolución Cultural china. Una hermosa historia sobre el primer amor; en el concepto menos occidental del término; que está narrada sotto voce. Cocinada a fuego lento, con una sutileza que enervará al espectador palomitero adicto al blockbuster. La imposibilidad de desarrollar su relación en ese entorno opresivo, y la lucha de los jóvenes contra el tiempo que les ha tocado vivir, componen un delicado poema donde los gestos, los detalles mínimos, la naturaleza, confluyen en el cauce de los amantes para regalar una hermosa historia de pasión contenida. La joven Jing debe guardar las apariencias si quiere llegar a ser maestra, observada por las autoridades. Su encuentro con Sun, hijo de un militar de élite, puede complicar la “reeducación” a que son sometidos los elementos sospechosos para el gobierno. Narrada como el fluir de un río sereno, con fundidos a negro y carteles que dividen la narración como si de un poema musical se tratase. 
La aventura de los jóvenes en contra de un sistema opresivo, inhumano y violento, que se disfraza con piel de cordero, es un alegato contra la tiranía con la fuerza del amor. Una oda al coraje por encima de las circunstancias y a la pureza de los sentimientos. El retrato femenino descansa sobre la asombrosa interpretación (sencilla, pero llena de matices, fluida pero con la intensidad de un río desbordado) de la joven Zhou Dongyu, que consigue despertar una empatía sin límites en el espectador. Que siente, padece y sufre ese horror cotidiano que significa habitar un periodo histórico, dónde algún déspota o dictadura arrasan la vida de los ciudadanos. Zhang Yimou aboga por el intimismo más extremo y la interiorización de las vivencias, en la otra orilla de sus anteriores producciones. 
El otrora autor de acrobacias desmesuradas, envueltas en cromatismo desbordante, de una estilización impactante o rebuscada, con coreografías aéreas, brillantísimas danzas y trepidante ritmo, deviene en propuesta encerrada en cuatro paredes o bucólicos escenarios. Desde el esplendor de las épicas batallas de Hero, al colorido preciosista y la poética marcial (con un concepto visual insuperable) de La Casa de las Dagas Voladoras. Desde la recreación histórica recargada de derroche estético en La Maldición de la Flor Dorada, pasando por la sensible y lúcida denuncia sobre la miseria rural en Ni uno menos, hasta la polémica (en lo político) desatada por ¡Vivir! (prohibida en su país) debido a la denuncia que este drama; protagonizado por la hermosa Gong Li; hacía del gobierno chino. El bagaje como cineasta de Zang Yimou ha renovado el género del wuxia, sin perder la capacidad para conciliar lo poético con lo comercial. Sus mejores obras ofrecen un lirismo no exento de militancia como Sorgo Rojo (1987), debut como autor, historia de un difícil romance; de hermosa factura visual; que obtuvo el Oso de Oro en Berlín. Gong Li volvería a ser protagonista en Semilla de Crisantemo, duro retrato de la China de los años 20 y del sometimiento de la mujer al medio social, que obtuvo entre otros la Espiga de Oro de la Seminci de Valladolid. Público y crítica suelen coincidir en designar El Camino a Casa como una de las mejores obras del director. Una vez más, protagonista femenina luchando contra los elementos, alternancia del color y el blanco y negro, melancolía no exenta de acusación social. La marca de la casa. 

Aunque otros se decantan por la sensibilidad elaborada, la estética sugerente y exquisito tratamiento del color, de una cinta como La Linterna Roja, donde la actriz-fetiche Gong Li, vuelve a encontrarse con el trato opresivo para el género femenino, obligada a casarse con un poderoso señor, que ya “posee” tres esposas. Antes de estrenar Amor Bajo el Espino Blanco, el autor se atrevió con un; quizás innecesario; “remake” de la película de los hermanos Cohen: Sangre Fácil. Tras el estrambótico título de Una Mujer, una Pistola y una Tienda de Fideos Chinos, se agazapaba una estilizada versión (vía Godard) de la obra capital de estos reconocidos cineastas. El autor opta por un minimalismo expositivo a la hora de acercarse a la situación social de los protagonistas. Conversaciones. Miradas. Silencios que nos llevan a sentir el ambiente asfixiante, más que la mostración explícita de atrocidades o sevicias. En cuanto a la faceta afectiva, lo que en manos de otros director se hubiera transformado en excusas para mostrar escarceos físicos de mayor intensidad, se traduce en un leve roce de manos, un intento de relación que no culmina o una de las más bellas secuencias del film, donde Sun abraza a Jing utilizando su abrigo como simbólico mundo protector. Es lo más cerca que llegan a estar en un concepto de la vida nada frenético, donde la quietud se aposenta en los actos. No olvidemos que estamos ante cine oriental. Pintura reposada de los afectos, que para algunos espectadores puede orillar peligrosamente la cursilería, pero que no es tal. Es serenidad en el trazo. Es delicadeza expositiva. Tampoco estamos ante una obra complaciente. El sincero epílogo que desbarata el “love story”, nos recuerda la crudeza del entorno y el encarcelamiento emocional de los jóvenes. Zhou Dongyu hace de la impasibilidad su arma interpretativa. No estamos ante un cuadro desaforado y romántico. Estamos ante un lienzo oriental, reposado y señero. Esa aparente carencia de recursos interpretativos oculta un vendaval de emociones contenidas por la época, el entorno y la sociedad. Conseguir transmitir la intensidad de su amor con tan escasas armas y medios, es una empresa estimable. Los colores juegan un papel preciso en la progresión anímica. Marrones, grises, azules matizados y fríos que en el epílogo adquieren luminosidad. 
Música espartana y escasa, audible en algún momento dramático. Quizás el espectador occidental sienta un cierto distanciamiento ante esta forma de sentir la vida, esa devoción hacia la persona amada, esa entrega a la familia para caer en desgracia puede parecer falta de coraje. Pero es justamente todo lo contrario. Los sentimientos se muestran en un delicado ejercicio de belleza y delicadeza. El método del autor de seleccionar actores debutantes y pedirles que sintieran y no actuaran, le permitió una página en blanco donde reinterpretarlos como en caligrafía china. Dejando huella. Armada de una fotografía excepcional (en sus inicios fue director de fotografía) y la banda sonora de Chen Qigang, consigue el difícil equilibrio entre la risa y el dolor, entre la inocencia de los muchachos y la maldad del entorno político. Apreciable el trabajo de los secundarios que aportan matices imprescindibles al guión. No nos equivoquemos, el horror y la perversidad de la dictadura, habitan bajo la piel delicada y sensible de estos amantes improbables y condiciona sus vidas, aunque ellos lo enfrenten con oriental parsimonia. Una hermosa creación de Zhang Yimou. Descubridor de musas como Gong Li o la encantadora Zhang Ziyi, a las que ha arrancado sus mejores interpretaciones. Esperemos que el futuro depare a la joven Zhou Dongyu las mismas opciones.

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