Hay
dos cosas que el espectador agradece de antemano en cualquier
propuesta fílmica: la honestidad y la presunción de inteligencia.
La última oferta fílmica de Gerardo Olivares, posee las dos
características. Es una película honesta y; sobre
todo; se adentra en los peligrosos escollos del cine “basado en
hechos reales”, sin abismarse en los territorios del telefilm de
sobremesa o en el desaforado drama con querencia de clínex. La mirada
de documentalista del director se acerca a una vivencia humana
intensa e introvertida, sin perder la capacidad de filmar la
naturaleza de forma modélica y sin maniqueísmos (las orcas
devorando los lobitos marinos), recreando en imágenes el libro
“Agustín, corazón abierto” de Roberto Bubas.
El director
cordobés aborda un tema espinoso, por el peligro latente de derivar
hacía el melodrama desaforado, hacia el didactismo más académico o el
panfleto de autoayuda. Pero Olivares sabe equilibrar las secciones y
al mismo tiempo mostrar un; casi antropológico; viaje iniciático
por los usos y vivencias de un apartado lugar de Patagonia. En este
sentido es modélica la secuencia donde la partitura del “Oblivión”
de Astor Piazzolla, es desgranada por el cantante, en una fiesta
mágica y aldeana. Aquí el director maneja con maestría los
diversos mundos que se mixturan en ese instante prodigioso. Los dos
enamorados; enfermos de soledad; la más intensa soledad del niño
autista y el aislamiento que; para nosotros, habitantes del mundo
tecnológico; deben sentir los lugareños, quienes no parecen medir
el mundo con nuestros mismos enfermizos parámetros.
Las enormes
interpretaciones de Maribel Verdú y Joaquín Furriel, contenidas,
densas, lacónicas, junto al descubrimiento actoral del niño;
Joaquín Rapalini; consiguen hacer fluir esta amalgama de
sentimientos soterrados. Las soledades encontradas y silencios rotos,
son lo mejor de la función. Sin olvidar esos paisajes turbadores, de
una poesía terrible y atávica, fotografiados en paleta de tonos
pastel por Oscar Durán. Los actores hacen del gesto su arma más
efectiva Los silencios del guardafauna, la levedad de los gestos, el
abanico sensorial de las miradas.
Debajo de esta aparente sutileza hay
mucha más pasión e intensidad que la que podría haberse mostrado
en otras manos menos apropiadas. Aunque algunas críticas acusan el
romance como lugar común o pleno de chiclés. ¿Es que acaso los
enamorados no se sientan a ver las estrellas? Siempre he pensado que
tras estos comentarios hay posicionamientos escasamente cinematográficos y
claramente ideológicos. Es lícito que a algún público le guste
ese tipo de películas donde arrancan una pierna de un disparo
mientras el protagonista suelta una frase lapidaria: “Lo merecía”.
Allá cada uno con sus deleites, pero para esos menesteres pueden
acudir a la sala de al lado. De hecho las hordas del Imperio
Galáctico asaltaban las estancias adyacentes, para dejarnos
disfrutar a los espectadores de esta sobria y hermosa película. Es
difícil saber mantener el equilibrio cuando se aborda un tema como
el autismo. Mucho más aún cuando el peligro del melodrama
tumultuoso (niño que se comunica con las orcas, pasado tempestuoso
del guardafaros, soledad de la madre sacrificada) planea sobre el
guión.
El director apuntala su obra en la sobriedad, en la contención. En una leve caricia que transmite más intensidad y más mundo
interior que cualquier coreografía erótica al uso. Terrible belleza
la de estas playas infinitas de Fuerteventura y Patagonia. Gerardo
Olivares ya trató a la naturaleza con respeto en “Entre Lobos”.
Allí ya se encontraba esa devoción por el entorno, por recrearse en
la fauna y la flora de la sierra andaluza, aderezada de un sabor a
wenstern. En “Hermanos del Viento” ya se encontraba el personaje
de guardabosques (Jean Reno) como guía de un camino iniciático. La
naturaleza es una protagonista más. No se trata de un espacio “new
age”, ni un rincón para el misticismo de postal. Es tan cruel y
desoladora como la tormenta interior de Lola (excelente Maribel
Verdú), el universo paralelo del niño o el aislamiento voluntario
de Beto (Joaquin Furriel). Excelente banda sonora de Pascal Gaigne
(El Olivo, Lasa y Zabala). Cuidada hasta los mínimos detalles, llega
a hacer coincidir el ritmo de los fotogramas con el tempo musical, e
interpretada por la orquesta filarmónica de Bratislava. Un hermoso,
impresionista y reposado “leitmotiv”, titulado “El Faro de las
Orcas” y que en algún momento recuerda acordes del “Watermark”
de Enya. Una película hermosa y honesta que no se deja atrapar por
la sensiblería, ni por el dogmatismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.