viernes, 17 de noviembre de 2017

Thelma. Cuando Carrie abrazó el misticismo. Festival de Cine inédito de Mérida

                        

Thelma comienza su viaje iniciático tras abandonar la ciudad costera donde vivía para estudiar biología. Su introversión, sus creencias no compartidas, y su hipersensibilidad, le llevan a aislarse en la biblioteca donde experimenta el primero de sus ataques, en apariencia epilépticos. Comienza a sentirse atraída por una compañera, Anja, lo que da paso a mayor intensidad en los ataques, mezclados con unos difusos poderes sobrenaturales.


Thelma es un thriller místico/lésbico/parapsicológico, en el caso de que algo así pudiera coexistir. Una mezcla de realidad y fantasía que ya estuviera presente en Blind (2014), donde la protagonista ciega (Ellen Dorrit Petersen) nos conduce por una narración sensorial cuya ventana al mundo está llena también de deseos reprimidos, escrita por el guionista de ésta película (Eskil Vogt), donde  la protagonista de aquella (la gélida Ellen Dorrit Petersen) ejerce de castradora madre en esta propuesta. La gelidez escandinava (tanto en actores como paisajística) es la marca de la casa.  


Thelma es una metáfora visual, una fábula invertida donde el peligro reside en la protagonista y no en el entorno que le rodea, soberbiamente fotografiado por Jakob Ihre. Una renovadora experiencia visual que insufla aire fresco al cine de género, sin olvidar por ello su vertiente militante y reivindicadora o su referencia lúdica al  terror ochentero de De Palma y compañía.
La propuesta abismal de Joachim Trier se llamó “El Amor es más Fuerte que las Bombas”, un ejercicio de estilo destroyer, donde se rompe el espacio-tiempo con el apoyo de los inmensos Isabelle Hupper y Grabriel Byrne. Un patchwork visual de visiones, voces en off, contradicciones, aislamiento social, en la búsqueda de la esencia.
Con “Reprise”, el director coqueteó con la estética de la Nueva Ola Francesa, vía Truffaut, con referencias de Nicholas Roeg y Resnais, para una película de culto sobre una generación perdida, intentando cumplir sus sueños de creatividad, en medio de un creativo montaje de flashbacks, material de archivo imágenes congeladas, etc,  para un mosaico lleno de referencias y contrastes. Jugando con la deconstrucción como arma arrojadiza.
En “Oslo. 30 de Agosto”, novela ya llevada al cine por Louis Malle (Le Feu Follet), el autor construye los peligros de las adicciones en la Generación Y. mediante instantes fugaces y episódicos, impregnados de melancolía, con protagonista proustiano, que anhela la empatía y trata de eludir la responsabilidad de sus acciones. Bellísimos planos finales de calles vacías. Metáfora generacional de la tragedia de quien se resiste a la intensidad de lo cotidiano, a la aceptación de que todo muta para seguir igual.



Los aciertos de Thelma, son notables. Desde la elección de los protagonistas, capaces de crear esa sensación de extrañeidad en las interpretaciones (soberbia Eili Harboe), manteniendo el tipo en primeros planos lánguidos, inquietantes y de vocacional morosidad narrativa. La barrera de la religión frente a la realización personal es la opción guionística; no deja de ser una opinión de los autores; pero en el caso de la protagonista, es el muro de contención de su embalse interior, a punto de resquebrajarse ante la presencia de la enigmática Okay Kaya (Anja) que despertara su sensualidad (y sexualidad) en un buñuelesco laberinto de visiones místico/oníricas. El descubrimiento de su identidad sexual desata a tormenta interior de Thelma, dormida durante años, a pesar de su sentido del “yo”, totalmente desarrollado como el protagonista de Oslo, 3 de Agosto”.



Después Thelma comienza a caminar por el jardín de senderos que se bifurcan. ¿Es una patología mental el origen de los ataques? ¿Es una enfermedad neurológica pura y simple? ¿Hay algo místico, según le dice su padre, que vio a Dios cuando era niña? ¿Es un fenómeno paranormal equivalente al de su abuela, enclaustrada en un frenopático?
Thelma bebe directamente de los dramas anímicos de otro nórdico. Hay un aliento bergmaniano en esta teología latente que tangencializa con el aura de Tarkosvky, con esos pájaros metafóricos y la sobriedad del tratamiento de la fenomenología, sin olvidar las referencias hitchcockianas de la hermosa secuencia en el ballet.

Joachim Trier cuece a fuego lento su propuesta, la deja macerar en precisos (y preciosos) fotogramas (¡esos picados, esos primerísimos planos!), jugando con la morosidad narrativa como arma, con la recreación sicológica como estética.


La fotografía, bellísima, con el paisaje como protagonista silente, está mixturada con una banda sonora excepcional de Ola Flottum (Natür Therapy, New Donne, Oslo, 31 de Agosto), creada para aumentar la sensación de incomodidad y extrañamiento. Notas electrónicas, largas, sostenidas hasta la náusea, inquietantes que acompañan ese “saber que algo va a pasar” con el personaje. Plena de metáforas, (Thelma imagen crística con los brazos abiertos en el fondo de la piscina), cuajada de insinuaciones muy bien articuladas, de iconos clásicos como el fuego del averno o la edénica serpiente tentadora. La construcción de los padres no es monolítica. Triers no es un buhonero barato, vendiendo clichés para satisfacer a un público sectario y ágrafo. Presenta personajes ambivalentes, sin maniqueísmos, hasta que descubrimos que tienen razones, nada teológicas, para hacer lo que hacen. En el epílogo, la protagonista consigue escapar a su noruego maelstrón particular, volviendo al inicio como el en mito de Sísifo. Una obra fascinante, de escandinava sobriedad. Contenida, en su propuesta y su puesta en escena, con múltiples capas, como una matrioska oferente y oscura. 



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