lunes, 26 de enero de 2015

INSOLACION. Teatro López de Ayala

                                               
Para escribir Insolación Emilia Pardo Bazán se aleja del naturalismo y del triunvirato que se había formado literariamente en torno a este estilo; con Leopoldo Alas y Benito Perez Galdós; para adentrarse en la psicología de los personajes. Novela de un feminismo cabal y militante donde se da un repaso contundente a la doble moral y la situación constreñida de la mujer en la sociedad. Asís Taboada es un pija marquesa decimonónica, delicada viuda de conducta irreprochable, piadosa y acomodada. Un ejemplar de raza, de aquella España de cerrado y sacristía que versificaba Machado. Pero Asís desconoce las características físicas que acompañan a la pasión amorosa. Su encuentro con Diego; un resabaiao gaditano de armas tomar; la hará replantearse todos sus afectos (y deseos más profundos) para enfrentarse a la moral imperante en busca de la felicidad. La obra comienza in res media, cuando la protagonista sufre una fuerte jaqueca debido a la insolación, producto de su excursión con el calavera Diego a la romería de San Fermín. Una puesta en escena austera, escueta e imaginativa, con un decorado que se transforma y se utiliza para enlazar las diversas escenas o llega a convertirse en lámina daliniana en la última parte. 



Los personajes de Jose Manuel Poga (con referencias de Magritte) y Pepa Rus, permanecen en fotográfica quietud (hermoso recurso visual) mientras se desarrolla la escena culminante entre la reprimida Asís (El Norte) y el seductor Diego (El Sur). Un final abierto, inconcluso, acorde con el espíritu de la obra no nos revela el resultado final, o el futuro del enfrentamiento de la protagonista con la convención social y la moral imperante. La obra fue clasificada por Clarín con una carga sexista que la situó “entre la obra pornográfica y la artística”, clara demostración de que; incluso un anticlerical confeso; estaba influenciado por la asfixiante moral imperante en la época. No era nada nuevo. Eça de Queiroz también sufrió furibundos ataques por su libro O Primo Basilio

En el caso de Insolación, la gravedad era mayor, por que se trataba de ¡una mujer! La introducción de la obra (el coloquio en casa de la marquesa) es un hachazo frontal a un país carpetovetónico. Es la disección entomológica de una España negra y profunda, llena de tópicos, huidiza de esa luz que domina el escenario en forma de globo solar, llena de tertulias aparentemente ilustradas, de salones de té, donde la apariencia y las buenas maneras ocultan un mundo soterrado de pasiones, hipocresía y deseos frustrados. Texto casi autobiográfico, la pasión de la aristócrata y el disoluto andaluz levantó ríos de indignación, en una sociedad pacata y manipulada moralmente. No en vano además del componente de liberación femenino, se atisbaba un guiño para acabar con las separaciones de clase en aquella España del diecinueve. 


El multipremiado Pedro Villorra ha efectuado un difícil traslado desde la subjetividad del texto decimonónico en primera persona, y lo ha dotado de una estructura dramática dinámica y vanguardista. No es la primera vez que Maria Adánez pisa las tablas de este teatro. Ya lo hizo con aquella excelente versión de El Principe y la Corista (Terence Rattigan) arropada de Emilio Gutierrez Caba, y con eficaz adaptación de Molina Foix. En aquella ocasión, Maria Adánez componía una corista Elsi Marina dulce, casquivana (indudablemente hermosa), pero fuerte. Capaz de depositar sobre el espectador la nostalgia de aquello que pudo ser, en la escena final. Su composición en esta obra fue merecidamente premiada. Maria Adánez es de esas actrices capaz de combinar en sus personajes una feminidad a flor de piel con un carácter enérgico. La dulzura, con una contundente personalidad. Su trayectoria teatral, enriquecida con obras como La Señorita Julia, Las Brujas de Salem o La Tienda de la Esquina, es un referente de calidad para el espectador curtido. En esta ocasión la marquesa interpretada, es fuerte y señera como aquella, pero debe enfrentarse a las dificultades de una época para encontrarse a sí misma. El elenco, a quien el espectador reconocerá por su vertiente televisiva, que no les permite la versatilidad del escenario, las inflexiones, los matices y; sobre todo; la faceta de improvisación, es conocido por su participación en diversas series televisivas. Ésta coherente; y cómplice; estructura de interpretes es la que sostiene el aparato dramático. Un cuadro de excelentes actores capaces de componer personajes palpitantes y cercanos. Chema León (Hospital Central, Amar en Tiempos Revueltos) compone un visceral Don Juan. Un carismático “pisha” (de Caí, vamos), bordando un personaje vividor con gracejo, pero con hondas pasiones. Jose Manuel Poga (Grupo 7. La Que se Avecina) es el vértice de este triángulo amoroso, derrochando buen hacer en un ingrato papel con doble moral: individuo que resulta ser peor que aquello que crítica. A Pepa Rus (Aída) la disfrutamos por partida triple, desempeñando los roles de la progresista Duquesa de Sahagún, una ventera vital y dicharachera, o como la tierna criada Ángela. En todas derrocha ese “savoir faire” y comicidad, esa vis cómica; intuitiva y espontánea; que atrapa al espectador. Texto reivindicativo y progresista, llevado a las tablas de la mano de Luis Luque (de quien ya disfrutamos Diario de un Loco) que regala un espectáculo ameno, pero militante. Entretenido, pero docto. Gracioso, pero no exento de recámara y mala leche. Destacar la escenografia de Monica Borromello, que con ese sol asfixiante, consigue transmitir la simbólica claustrofobia de los interiores (condicionamientos sociales), frente a la luz exquisita y el viento exterior, que comienza a vislumbrar Asís Taboada, conducida firmemente por María Adánez con riqueza de matices y recursos. Un canto a la independencia y al libre albedrío del ser humano, independientemente del sexo o la condición social. La luminosa música de Luis Miguel Cobo, combina un precioso vals como “leiv motiv” con pinceladas costumbristas, siendo colofón adecuado para una obra compacta, redonda, certera y agridulce, como el cuarteto protagonista. ¡Chapeau!


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