jueves, 3 de noviembre de 2016

El Retablo de la Maravillas. Morfeo Teatro. 39 Festival de Teatro de Badajoz

      







Que el insigne manco fue un maestro en asaetear la vanidad mundana, la arrogancia insustancial (hoy denominada postureo), la fatuid sin fundamentos (tan de actualidad en nuestra clase política), es algo que transmiten a la perfección los miembros de Morfeo Teatro, una de esas agrupaciones empeñadas (noblemente) en mantener vivo el verbo áureo y la carga de profundidad social de nuestros clásicos. Si en la pasada edición del Festival, la compañía nos regaló la mordacidad certera y la crítica ácida del lenguaje Quevedesco con su excelente “La Escuela de los Vicios”, para esta edición la propuesta está basada en el cervantesco universo. El manco de Lepanto utilizó los “Entremeses” para fustigar con el látigo de un humor clarividente y satírico, las falsedades exteriores, la miseria cultural o la burda inteligencia de los estamentos mundanos y espirituales. En “El Retablo de las Maravillas” se juega con la apariencia, la convención social, el papanatismo de los gobernantes de hombres. Baste observar los nombres de los fatuos personajes: Castrado, Capacho, Gomecillos y Repollo, para admirar el proverbial sentido del sarcasmo del autor manchego respecto a las “gentes de bien nacer”.


Morfeo ha destilado frases de diversas obras de Cervantes, incluso del Quijote, para trasladar las vivencias y usos de su época. Al fin y al cabo, siguiendo el “que nada humano me sea ajeno” de Publio Terencio, la humanidad desemboca en los mismos errores una y otra vez. Por eso los textos adaptados por Morfeo Teatro son de una actualidad doliente. Los dos cómicos que muestran a los jactanciosos gobernantes un retablo lleno de maravillas, que tan sólo pueden ver los que guarden las condiciones necesarias, nos remiten al “postureo”, la mediocridad y la banalidad de nuestra clase política, pero domeñado por la palabra mágica del genio cervantino. Este “retablo” llega habitado de espíritu picassiano, donde vanguardismo y barroco se dan la mano El ojo “que todo lo ve” del Guernika , vaciado de personajes, preside la escena. Una suerte de sillas cubistas y un telón que en algunos instantes, jugando con la iluminación, nos remite al tenebrismo zuloagiano (apoyado por la iluminación de Jose Antonio Tirado). 
El preludio es desarrollado por los protagonistas, ataviados como personajes de la “época azul” con reminiscencias de La Comedia del Arte, bajo un telón abocetado de influencias expresionistas y cierto trazo que remite las viñetas de Mingote. Los pecados nacionales que ya se entrevieran en “La Escuela de los Vicios”, crecen y maduran a la sombra de la estulticia y el papanatismo de los personajes. Adquieren aspecto de esperpento valleinclanesco, remitiendo al famoso cuento de “El Traje Nuevo del Emperador”, donde todos fingían lo que no veían para no ser señalados. Morfeo Teatro introduce al autor de los textos en las tablas como un personaje más, interpretado por Joan Llaneras (verbo cálido y dicción clásica), componiendo un personaje certero, pleno de matices. Llaneras ya recibió el premio Ercilla 2002 por interpretar al personaje del “caballero de la triste figura” en “El Viaje Infinito de Sancho”. Mayte Bona y Paco Negro conducen la sátira con clara dicción y expresión corporal adecuada a los bufonescos personajes, vestidos de traviesos arlequines que juegan con la falta de sesera y las ansias de apariencia de los gobernantes. 
El peculiar timbre de Paco Negro y la madurez escénica de Mayte Bona, dotan de densidad de dos personajes (timadores de timadores) anclados en la picaresca nacional, pero indultables, ya que aquellos a los que timan son aún mayores pícaros (y bobos por añadidura). Obra no apta para todos los públicos, ya que exige profunda atención a la solidez de los textos, que, aunque aliviados por la vis cómica y el trazo picaresco, no dejan de albergar en su interior las profundas reflexiones cervantescas.


“Por la calle del ya voy, se llega a la plaza del nunca”, cita el personaje interpretado soberbiamente por Joan Llaneras. He aquí la magia cervantesca. Su hiriente actualidad. Su flagrante contemporaneidad representada en la fisicidad de los cargos electos. La comicidad de Felipe Santiago (ya hiciera gala de ella en “La Escuela de los Vicios”, la esperpéntica plebeya con aspiraciones interpretada por Mamen Godoy o las eficientes perfomances de Adolfo Pastor y Santiago Nogués (vestidos por  Gabriel Blesa) completan el poker de vanidades mundanas. Coqueteando con trazo negro, el exceso, la farsa, incluso en instantes con lo escatológico, pero sublimado por la selección de textos y fragmentos de obras como La Elección de los Alcaldes, El Coloquio de los Perros, Pedro de Urdemalas, El Quijote o El Juez de los Divorcios. 
El monólogo final del escritor ante la muerte es de los que dejan huella en el respetable. Cervantes (puesto ya el pie en el estribo) se despide de la vida transmutado en su personaje. Vislumbrando gigantes en la lejanía con los que entablar batalla. Un elaborado juego de espejos, donde autor, obra y personajes se dan la mano. Morfeo Teatro ha elevado muy alto el listón con esta versión que el manchego escribió, basada en un cuento oriental. Chanfalla (Felipe Negro) y Chirinos (Mayte Bona) devienen personajes universales y de rabiosa actualidad. La compañía, empecinada en conservar y actualizar nuestros tesoros literarios clásicos, acierta de pleno con este “collage” donde se dan la mano Picasso, Valle Inclán (lo esperpéntico) y la palabra inmortal de Miguel de Cervantes, aderezados de manuelfalliana melodía o madrigal renacentista. Esta propuesta barroco-cubista (vocacionalmente metateatral) de Morfeo Teatro es recomendable y altamente disfrutable. Largo me lo fiáis, amigo Sancho, para elevar el listón. 

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