jueves, 14 de septiembre de 2017

Miguel Bosé. El eterno retorno. Stone & Music Festival. Mérida

                                          





Apenas habían comenzado los primeros acordes que la orquesta y los coros de Miguel Bosé; habitados de negro riguroso; atacaban con precisión, cuando ya un público arrebatado cortejaba las canciones. El público de Miguel es fiel y le ha acompañado desde sus inicios a juzgar por la media de edad. De aquellas fans adolescentes de sus inicios, ha quedado un público de lo más variopinto, certero y apasionado que conoce los temas y los disfruta. Algo ha llovido desde que Camilo Sexto lo  incentivara y le compusiera sus primeros temas. Reconozco que no llamó mi atención en sus inicios; yo andaba en otras lides musicales. En 1977 la pasión cinéfila nos llevaría a las salas para disfrutar de esa obra maestra de Darío Argento que es “Suspiria”. Allí, Miguel tenía un pequeño papel donde desataba otra de sus pasiones: la danza, que había estudiado con Lindsay Kemp, Marta Graham y Alvyn Alley. No fue hasta el álbum “Miguel” que comenzó a interesarme con canciones como “Morir de Amor”, la preciosa “Te Amaré”, todavía con arreglos y conceptos bastante “teen”. Pero sería en la producción “Los Chicos no Lloran” cuando me rendiría ante la madurez de creaciones como la juguetona “Bambú”, la equívoca “Con las manos vacías” o “Si te cuentan que caí”. Años después, en su decimoquinta aventura, el intérprete alcanza el olimpo musical. Arreglos cuidadísimos con concepto de banda sonora, aportaciones del nivel de la bellísima “El Ilusionista”, la soberbia “Olvídame Tú” (que se echó de menos en este concierto). Temas tan elegantes como “A una Dama” o la letra musicada del petrarquista Soneto V Garcilaso de la Vega: “Por vos Muero”, de concepto neoplatónico sobre amadas inalcanzables, y uno de los más bellos del Renacimiento. (Por vos he de morir y por vos muero)


El numeroso público que abarrotaba las milenarias piedras, coreó todas las canciones desde la primera época del artista, que bromeó ofreciéndoles un “lifting” anímico. Pero esta revisitación ha pasado también por sus baladas. Han sido enriquecidas con arreglos certeros y bellos, se añaden instrumentos como el acordeón, se juega con los tempos, siendo lo mismo y distinto en un eterno retorno a los orígenes, añadiéndoles el matiz de la experiencia y la sabiduría de los kilómetros. Aquí hay tablas; de eso no cabe duda; Bosé se mueve con su proverbial elegancia, domina el gesto corporal y el timing, ya sea sentado en una silla en un acústico que pone los pelos de punta o haciendo que el Anfiteatro se venga abajo coreado por miles de voces en la apoteosis de ese icono musical que es “Sevilla” (Como a una reina te adoraré). La complicidad del artista con el resto del elenco es total. Disfrutan y hacen disfrutar.

 Son músicos y cantantes con mucho mundo detrás. Y Miguel ya les había presentado sus respetos dejándolos asomar al peristilo de uno en uno al principio del concierto. A lo largo de la noche se sucedieron temas de las primeras etapas (Creo en ti, Morir de Amor) con el público en pie bailando y celebrando las canciones enlazadas. Piezas señeras como “Linda”; en el recuerdo de tantas adolescencias; Superman, Don Diablo (con bromas coreográficas incluidas). Miguel escenifica cada tema con esa galanura que es la marca de la casa. Camina “como un lobo” para ir detrás de ti (ahora sin Bimba). Mientras planchas el corazón te da “Bambú” ( Turap tuhé) o se desliza por el escenario como un patinador.
Hace que te enamores de esa “morena suya”, eriza el vello en un acústico espectacular (Te amaré) o deja un rincón para la reivindicación y la denuncia del absurdo humano:

Dame una isla en el medio del mar
Llámala libertad
Canta fuerte hermano
Dime que el viento no, no la hundirá

Miguel Bosé ha conseguido que sus canciones sean intergeneracionales, padres e hijos coreaban ese icono de la música pop patria que es “Amante, bandido”, maquillada para la ocasión, dejando “ese perfume que nos devuelven las canciones en el tiempo”. Cuarenta años de canciones dan mucho de sí. Para encontrar en algún desván el corazón, corazón malherido, para desear transmutarse en Gulliver, para darse cuenta de que todos los mares se secarán “si tu no vuelves”. Y cada noche vendrá una estrella
a hacerme compañía…
Bosé sobre el escenario economiza el gesto, solicita complicidad, guía al público como un flautista de Hamelin preguntándole “que va ser de ti”, lo obliga a seguirlo hasta una adolescencia casi olvidada , te cuenta que “nadie como tú me sabe hacer café”, deja que lo escolten hasta lo más profundo de su dolor en el bello acústico “Amiga”:

Si fuiste lo que fuiste
fue en mi casa que para
ti fue tu palacio y tu guarida.
amiga, amiga.
que dulce esa palabra
y que sencilla esa
palabra suena hoy.


“Estaré” fue el regalo del artista al calor de sus seguidores. Una hermosa composición dedicada a sus hijos, una balada a fuego lento que refleja ese miedo al desamparo, al olvido, a no haber hecho suficiente que tan sólo saben los padres:

Y siempre estaré
Muy cerca de ti
Me veas o no me vas a sentir
En cada duda, en cada temor
Te voy a quedar, te voy a batir
Porque eres mi paz, mi luz y mi sol
Mi fiebre, mi fuerza
Mi único amor
Y ahí donde siempre
Estoy y estaré
En tu corazón, siempre ahí
Estaré

Pero el respetable se negaba en redondo a que terminara el concierto y pedía (o gritaba) “otra” hasta conseguir varios bises que el artista encajaba con complicidad, el índice en alto y sentido del humor. ¡Gracias Mérida!
Después de meterse en el bolsillo a sus rendidos acólitos, el juglar marchaba fuera de España después de haberse reinventado, de haber hecho temblar las gradas y caveas, de haber facturado en su viaje a un público fiel que disfrutó, rememoró y participó en la liturgia nostálgica de este animal escénico, que realizaba un esfuerzo tremendo ya que se encontraba “tocado” en la garganta.
Una noche inolvidable donde se disfrutó de la alquimia del cantante de los ojos ahumados. Una noche para la nostalgia, para ese “lifting” anímico que prodigaba el polifacético artista para convencernos que “nosotros, los de antes, seguimos siendo los mismos”. Como las recias columnas del escenario.
Lo mejor: La complicidad y generosidad de Bosé con su público, una verdadera fiesta dionisiaca.

Lo peor: Los altavoces del lado izquierdo reverberaban en exceso haciendo palpitar y prolongar las notas del bajo hasta solapar en ocasiones la voz. Cosas de la tecnología.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.